jueves, 18 de octubre de 2007

Angélica (tomo 1) - Anne y Serge Golon

La historia de Angélica es una de las más apasionantes que me tocó conocer.
Voy a empezar a relatarles desde que nuestra heroína es obligada a casarse con el Conde Joffrey de Peyrac, el hombre más rico e influyente del Languedoc. En 1668, la joven y hermosa Angélica de Sancé, de 17 años, vivía feliz en su castillo en decadencia ubicado en Monteloup, provincia campesina y frutal de Francia. Hermana de muchos hermanos e hija de un noble en las malas, Angélica, la rebelde, sanguínea y libre Angélica fue forzada a casarse con un Conde rico pero, decían, feo, rengo y que la doblaba en edad. Encima, las lenguas malas decían en susurros que el Rengo del Languedoc era brujo. Entendamos: brujo en 1668. Las lenguas malas detallaban que el Conde Rengo atraía a las mujeres con extraños hechizos y que en su palacio de Toulouse (palacio más exquisito que el mismísimo castillo real) tenía una habitación maldita de la que salían humo, vapores y olores extraños. Que se había hecho rico por sus poderes y pactos con el diablo. Es de entender que nuestra pobre Angélica estuviera horrorizada y se negara a unir su vida a ese engendro.
Nada pudo hacer la pobre desdichada. De golpe, la rústica y feliz muchacha se encontró unida al Conde de sus pesadillas.
Detengámonos un momento en el Conde para poder seguir con Angélica. Joffrey de Peyrac tenía la cara desfigurada y cubierta de cicatrices. Era, a simple vista, horroroso. Su pierna derecha era notablemente más corta que la izquierda. Hasta aquí, el espanto inicial. Hasta aquí, la simple vista. Quienes veían más allá, quienes se acercaban lo suficiente para ver más allá, podían comprobar que Peyrac era rengo pero no importaba, era desfigurado pero no importaba. Era tal su poder de seducción, que las mujeres se enamoraban con un ardor devoto e imperecedero. El más bello de los caballeros se habría conformado con una migaja de esa pasión. El Conde no era brujo sino alquimista; en 1668 todo era lo mismo. Todo aquello que no se entendía era obra del Diablo, jamás de Dios (menos mal que la humanidad evolucionó).
Así, Angélica se vio casada con un hombre fabuloso, un adelantado para ese siglo. Un hombre que era amado por todos aquellos que no lo envidiaban. ¿Y qué le envidiaban los que lo envidiaban? Hagamos una lista: su inmenso poder (Toulouse lo amaba más que al Rey, un extremadamente joven Luis XIV), su sabiduría incomparable, su mujer (la más hermosa de Francia) y su fortuna (mayor que la del extremadamente joven Luis XIV).
Angélica se enamoró de su hombre fabuloso, ajena al afuera. Angélica lo amó con su totalidad. Angélica le dio un hijo, Florimond.
Dos o tres años más tarde, cuando nuestra protagonista se hallaba embarazada de su segundo hijo, el Rey y la Iglesia unieron sus miserias, juntaron sus ambiciones y condenaron al supuesto brujo a morir en la hoguera. El gran Joffrey de Peyrac luchó con todas sus armas. Todo le daba la razón. Pero misteriosamente murieron sus testigos y desaparecieron sus pruebas.
Horas antes de que Angélica diera a luz a Cantor, su marido ardió vivo hasta morirse en la hoguera que crearon y avivaron quienes tenían mucho que ganar.
Angélica pagó los honorarios del valiente abogado Desgrez, defensor de su marido. Luego comprobó que el resto de sus bienes estaban confiscados y, sin esperanzas ni sueños (apenas contaba con un poco de vida), se internó en los suburbios de una Francia miserable y se convirtió en sombra.


(Continuará).