En el año 1996, El anatomista causó un revuelo digno de la Edad Media.
La novela de Federico Andahazi había resultado ganadora del premio literario que otorga una fundación; pero cuando la voz mandante de dicha fundación, una señora de alcurnia y apellido famoso, se enteró de qué iba el libro, puso el grito en el cielo e intentó retirar el premio de las manos de Andahazi (no recuerdo si lo logró o si alguien le comentó que el hecho de no otorgar un premio bien ganado es muy poco ético).
La trama es la siguiente: Mateo Colón es un anatomista del Renacimiento. El anatomista se enamora de una mujer que no corresponde a semejante amor. Pero el hombre se emperra y decide recorrer el mundo en busca de un filtro, remedio o yuyo que permita dominar la voluntad femenina. Luego de un tiempo se da cuenta de que no existe tal cosa, mas gracias a su perseverancia y su sabiduría en lo relativo al cuerpo humano, Mateo Colón descubre el clítoris. Descubre que las mujeres tenemos en nuestro cuerpo un órgano cuya única función es darnos placer. Y ahí se arma un membrillo que ni te cuento.
El anatomista es uno de esos libros que ampliaron mi visión de la literatura. Cuando leí Cien años de soledad, supe que la literatura es un paraíso embriagador e infinito. Cuando leí por primera vez a Borges, supe que la literatura es un laberinto perfecto.
Cuando leí El anatomista, supe que se puede hacer equilibrio entre el erotismo y la pornografía sin caer jamás. Y entonces entendí que además de belleza y amor y paraíso y laberinto, la literatura es arte marcial.
miércoles, 1 de agosto de 2007
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