En éste, el segundo tomo de Las aventuras del Capitán Alatriste, el joven Íñigo Balboa cae en poder de la Inquisición. La trama es fácil de deducir para quienes leyeron el primer volúmen: en esta ocasión, Diego Alatriste, con ayuda de Quevedo y del conde de Guadalmedina, debe rescatar al valiente mozuelo, ese ahijado que la vida y la muerte pusieron en su camino para demostrarle que incluso un soldado curtido por innumerables guerras tiene un costado vulnerable.
El delicioso Pérez Reverte me ayudó a ampliar mi vocabulario: desde que lo leo, utilizo a diario palabras como ardite, higa, hidalgo y pardiez. Y descubrí que esas peleas de intelectos que hacen que los escritores parezcan vedettes viene, al menos, desde la época de Quevedo y Góngora.
Copio un párrafo de Limpieza de sangre, para que vean vuestras mercedes:
"... aunque todos los hombres somos capaces de lo bueno y de lo malo, los peores son aquellos que, cuando administran el mal, lo hacen amparándose en la autoridad de otros... y si terribles son quienes dicen actuar en nombre de una autoridad, una jerarquía o una patria, mucho peores son quienes se estiman justificados por cualquier dios... porque en las cárceles secretas de Toledo pude aprender, casi a costa de mi vida, que nada hay más despreciable ni peligroso que un malvado que cada noche se va a dormir con la conciencia tranquila... y aún resulta peor cuando se actúa como exégeta de una sola palabra, sea del Talmud, la Biblia, el Alcorán o cualquier otro escrito... desconfíen siempre vuestras mercedes de quien es lector de un solo libro...".